Débora, conocida por su imponente figura, jugaba con sus pequeños juguetes, miniaturas que parecían insignificantes bajo su control. Con sus grandes nalgas, se movía provocando terror entre los diminutos seres que la observaban desde abajo. Cada paso que daba parecía un terremoto, y su risa resonaba como un monstruo invencible. Disfrutaba aplastando sus juguetes, sintiendo el poder que ejercía sobre ellos. Para los pequeños, Débora no era solo una mujer, sino un verdadero coloso que dominaba su mundo
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