Débora, la giganta activista en contra de los autos, caminaba con determinación por la ciudad, aplastando pequeños carritos bajo sus enormes suelas. Cada paso era una declaración, y cuando decidió sentarse sobre una fila de autos, sus grandes nalgas redujeron los vehículos a chatarra. Los espectadores, asombrados, no podían creer la fuerza de su protesta. Menos coches, más conciencia, decía mientras seguía destruyendo sin piedad.
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