Mientras jugaba con los autos en miniatura que había encogido por accidente, me asaltó una idea traviesa. Me puse mis sandalias más sexys, el tipo de calzado que me hace sentir poderosa, y dejé algunos autos sobre el suelo, justo a mis pies. Con un movimiento lento y calculado, bajé la suela sobre ellos, sintiendo el leve crujido bajo mis sandalias. Pero entonces ocurrió algo extraño y cautivador: los autos restantes empezaron a moverse solos, como si reaccionaran a mi presencia. Uno por uno, comenzaron a acercarse, rodeando mis pies y vibrando suavemente. Sus diminutas luces titilaban con un brillo misterioso, como si estuvieran fascinados por mí. Me sentí gigante, una figura imponente, y esos pequeños autos parecían estar rindiéndome una especie de homenaje, seduciéndome con sus luces y movimientos, acariciando simbólicamente mis tobillos y piernas mientras recorrían cada espacio alrededor de mí. Esa adoración en miniatura me hacía sentir una mezcla de poder y atracción inesperada. Por primera vez, experimenté el extraño encanto de ser venerada en cada centímetro, en un juego de seducción en el que mis diminutos admiradores me hacían sentir inmensa y completamente irresistible.
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